«Era inevitable: el olor de las almendras amargas le recordaba siempre el destino de los amores contrariados. El doctor Juvenal Urbino lopercibió desde que entró en la casa todavía en penumbras, adonde había acudido de urgencia a ocuparse de un caso que para él había dejado de ser urgente desde hacía muchos a?os. El refugiado antillano Jeremiahde Saint-Amour, inválido de guerra, fotógrafo de ni?os y su adversario de ajedrez más compasivo, se había puesto a salvo de los tormentos de la memoria con un sahumerio de cianuro de oro.Encontró el cadáver cubierto con una manta en el catre de campa?adonde había dormido siempre, cerca de un taburete con la cubeta quehabía servido para vaporizar el veneno.»La historia de amor entre Fermina Daza y Florentino Ariza, en elescenario de un pueblecito portuario del Caribe y a lo largo de más de sesenta a?os, podría parecer un melodrama de amantes contrariados que al final vencen por la gracia del tiempo y la fuerza de sus propiossentimientos, ya que García Márquez se complace en utilizar los másclásicos recursos de los folletines tradicionales. Pero este tiempo-por una vez sucesivo, y no circular-, este escenario y estospersonajes son como una mezcla tropical de plantas y arcillas que lamano del maestro moldea y con las que fantasea a su placer, para alfinal ir a desembocar en los territorios del mito y la leyenda. Losjugos, olores y sabores del trópico alimentan una prosa alucinatoriaque en esta ocasión llega al puerto oscilante del final feliz.