Había llegado al límite de su resistencia. Se encontraba en esemomento en que el dolor -el peor dolor, el que produce la soledad deespíritu- amenazaba con desbordarse en la más insondabledesesperación.?Qué mejor prueba podía tener de la inexistencia deDios que su insensato sufrimiento? Aunque si existiera y fuese Dios de bondad,?no podría, en su soledad, reclamarle como interlocutor? Este último gesto de esperanza obró el milagro...«No se trata de un libroescrito por mí, sino que me ha ocurrido a mí.