El mero hecho de contar un cuento o un relato corto, o una simple historia, sin más, por el puro placer y la satisfacción de narrar, es una de las pasiones más antiguas y extendidas del hombre a lo largo de toda su existencia, tanto como el mismo goce de poder escucharlas con atención, al amor de la lumbre, disfrutando de la sucesión de palabras encadenadas que magistralmente nos brindan los hacedores de historias. Para Horacio Quiroga, un buen cuento debe atrapar al lector desde el primer momento, despertar su curiosidad y concluir con un gran final, que debe ser imprevisible, sorprendente y surtirse en lo posible de frases breves. La brevedad de expresión y la energía para expresar sentimientos, son cualidades necesarias que se adquieren solamente con el paso de los años. Hay que tener al lector en vilo durante todo el relato, para sorprenderlo al final de la manera más insospechada posible. Quiroga, Lugones, Arlt, Payno, Clarín, Lillo, Jaimes, Nájera, Zeledón, Martí, Palma, Montalvo, López Portillo, Eduardo Wilde, Galdós, Guiraldes, Valle-Inclán, Pardo Bazán, Alarcón, Lorca… son claros ejemplos de esta maestría.